Mirimarit Paradas
Este trozo de pan endurecido
Es solo eso
Un trozo de pan y unos días de sol.
Besos en el Pan (Esmeralda Torres)
Desde que lo conocí, reconocí en él la sencillez del creador, del artista sin poses, ataviado con el halo de la búsqueda y la investigación. Poseedor de un gran talento y facilidad para la conversación de variados temas relacionados con el arte, sus épocas, movimientos y estilos. Por eso hoy, y, un día después del Día Mundial del Arte, comparto con ustedes aspectos y apreciaciones de la obra de Royett, como uno de los más resaltantes artistas expresionista en el arte contemporáneo actual.
Quizá hay dos maneras para aproximarnos a su obra: la figura, como la engendradora de fijaciones que nos conducen por los vericuetos de la existencia humana, con el propósito infaltable de saber si se puede aclarar ese enigma. Y es que el expresionismo de Royett se muestra y se esconde al mismo tiempo, tanto en la pintura como en el grabado, en el plano del humanismo y la existencia, como ese tiempo inexorable, como acertijo franco y decisivo, como interrogación y situación preocupante, que sin dar muestras de redención ni sosiego. Se tejen y conviven en diversas formas y maneras, que se perfilan como un lenguaje limpio y siempre envuelto en su dialéctica, es decir, a pesar de su separación como un todo, en sus trazos y formas tiene vértices que se complementan en vínculos insospechados a pesar de sus aperturas. Por un lado, la figura en la obra de Royett en lo relativo a la pintura, tanto en sus rostros y en sus cuerpos, conduciéndonos al encuentro de sus líneas, sus sombras y matices, recurriendo a la germinación de miradas y gestos que emergen, rozando lo sublime, lo intangible, aquello que no vemos y apreciamos, pero que sin embargo percibimos a través de una silueta que construye y destruye, por medio de un halo misterioso, de juego entretenido donde se mezcla lo bello, lo pagano y lo religioso al mismo tiempo. Una especie de metamorfosis que se exterioriza sin miramientos, solo con la intención de asombrarnos y obligarnos a profundizar sobre sus temas o conceptos trabajados en cada una de sus propuestas.
Sus grabados, atrapan al espectador por la mueca, por la máscara que nos mira y nos observa, asomando el rostro burlesco y reflexivo de la muerte, ese compactado entorno irradiando la fuerza energética de su creación e investigación.
Y es que cuando se trata de su trabajo como artista… nos encontramos con trazos incrustados a empujones, unos más pronunciados que otros, con la huella llamativa de la sangre, seres con miradas fulminantes, de manos extrañas y con garras, seres con desgarros que devienen en relieves que se asoman, se impregnan y se encumbran con gruesos empastes, tentadores al tacto, provocando el roce ante esa belleza que se muestra. Su obra es un florecimiento efervescente de colores llamativos y terrosos. Una angustia prehistórica le embiste, un vacío interior, motivado a eso de resarcir la destrucción del cuerpo materno, le lleva a la creación, a reconstruir las ruinas.
La textura en su trabajo y sobre sus figuras encaja en lo real maravilloso, en esa línea donde las diferencias, se germinan para desgranarse en toda su fuerza y esplendor, son rostros que se camuflan, se compactan, hasta dejar la huella imborrable de su hacer y quehacer artístico.
Aún recuerdo, como si fuera ayer, nuestro primer encuentro en una vieja panadería, en la avenida 4 de Mayo de Porlamar –Municipio Mariño, Margarita, estado Nueva Esparta, (Venezuela),- donde conversamos largamente sobre su obra, su trabajo, sus planes y sus sueños. Las líneas del destino le llevaron a nuevos horizontes, a seguir dando lo mejor de sí, para las generaciones futuras, desde donde nos sigue sorprendiendo con su oficio y su trabajo. Su inagotable evolución y crecimiento en todos los asuntos vinculados con las bellas artes y la creación. Hasta la próxima… les dejo con el siguiente Proverbio: “Estudiando lo pasado, se aprende lo nuevo”.
